Breve historia de las bibliotecas y la bibliotecología


Mundo antiguo


Las primeras bibliotecas surgieron en el antiguo Oriente, especialmente en Egipto y Mesopotamia, y sus libros adoptaron la forma de rollos de papiro y tabletas de arcilla. En Egipto fueron famosas las bibliotecas de Tebas, cuyo frontispicio llevaba la leyenda «Medicina del alma»; la de Karnak y, sobre todo, la de Tell-el-Amarna, que contenía el archivo de la corte faraónica. Se fundaban en los templos y palacios y no tenían carácter público, hallándose reservadas para uso de los sacerdotes. En Mesopotamia, centro de la civilización caldeo-asiria, destacaron las bibliotecas de los templos de Babilonia y Nínive. Esta última había sido fundada por Sargón II, pero alcanzó su máximo esplendor en la época de Asurbanipal (s. ─VII), logrando reunir más de 22.000 tabletas. En Caldea fueron asiento de importantes colecciones las localidades de Nippur, Borsippa y Uruk o Sippara, esta última llamada «ciudad de los libros».

Las más antiguas bibliotecas de Grecia pertenecieron a escritores y filósofos, como Eurípides y Aristóteles. La primera biblioteca pública de Atenas fue fundada por Licurgo en ─330. Las bibliotecas más famosas de la Grecia clásica fueron la de Alejandría (s. ─IV), fundada por Tolomeo I, la más grandiosa de la antigüedad, y la de Pérgamo (s. ─III), establecida por el rey Atalo I. La biblioteca de Alejandría estaba conformada por dos colecciones: la biblioteca del Museo, que se hallaba en el palacio del rey y llegó a reunir cerca de 500.000 volúmenes, y la biblioteca instalada en el templo de Serapis, que contenía unos 200.000 volúmenes duplicados. Uno de los fondos más valiosos de la biblioteca estaba formado por las obras que habían pertenecido a Aristóteles, heredada por su discípulo Teofrasto y cedida posteriormente por Neleo al rey de Egipto. La biblioteca fue incendiada tres veces: la primera por César en ─48; la segunda en 391, víctima del celo religioso de los cristianos y, por último, fue destruida definitivamente en 641.

Representación artística de la Biblioteca de Alejandría

Con la conquista de Grecia por Roma, gran parte de los fondos de las bibliotecas griegas pasaron a engrosar las romanas. Asinio Polión estableció la primera biblioteca pública de Roma (─39), y poco después Augusto creó otras dos, la Octaviana y la Palatina. La mayor de todas fue la Ulpiana (s. II), fundada por Trajano. Se calcula que Roma poseía, a fines del siglo IV, alrededor de treinta establecimientos de lectura, todos ellos bajo la administración general de un funcionario llamado «procurador de bibliotecas».


Edad Media y Renacimiento


Durante el largo período de más de diez siglos que transcurren entre la invasión de los bárbaros y el descubrimiento de la imprenta (siglo XV), adquirieron gran desarrollo las bibliotecas monásticas. Mientras en Oriente florecía la biblioteca de Constantinopla (s. III), en el mundo occidental los únicos núcleos de irradiación cultural fueron los monasterios. Los monjes se dedicaron a la transcripción de las obras clásicas de Grecia y Roma, y gracias a este esfuerzo se preservó el pensamiento antiguo. Fueron importantes las bibliotecas de los monasterios de Montecassino, Fulda, Bobbio y Sankt-Gall, a las que se sumaron luego las bibliotecas capitulares de las catedrales importantes, como Chartres y Reims. En Occidente sólo existió la excepción de la España musulmana, que permitió la creación de numerosas bibliotecas; destacó entre ellas la del califa al-Hakam (s. X), en Córdoba, que llegó a contener 400.000 volúmenes.

En la segunda mitad del s. XII y en el s. XIII la fundación de las primeras universidades marcó una nueva etapa en el desarrollo de las bibliotecas, al crear y luego enriquecer cada institución la suya. Se contaron entre las más destacadas las de las universidades de la Sorbona, Oxford, Bolonia, Padua y Salamanca, que rivalizaron con los monasterios y abadías en la producción de manuscritos y textos destinados a la enseñanza. Como las obras eran escasas y caras, por razones de seguridad no se colocaban en los armarios sino sobre pupitres, sujetas con cadenas. El Renacimiento trajo, con el triunfo del nuevo esplendor cultural, el fomento de las bibliotecas y de la afición a los libros. Los nobles crearon en sus residencias ricas bibliotecas privadas; luego, con el afianzamiento de las monarquías, surgieron las bibliotecas reales, que más tarde se convirtieron en bibliotecas nacionales.

Antigua Biblioteca de la Universidad de Salamanca


Desde el siglo XVII hasta la actualidad


El desarrollo de las grandes bibliotecas hizo necesaria su sistematización; el primer libro sobre este tema fue Advis pour dresser une bibliothèque (1627), de Gabriel Naudé, bibliotecario del cardenal Mazarino. Por esa misma época, el filósofo y bibliotecario alemán Gottfried W. Leibniz sentó el concepto de biblioteca nacional pública, mantenida por el estado para el uso común. Con la difusión de la imprenta se multiplicaron las bibliotecas privadas y se fundaron otras municipales y estatales, así como por iniciativa de las más diversas entidades culturales y sociales. Benjamin Franklin fundó en 1731 la primera biblioteca circulante de América. La Revolución Francesa de 1789 confiscó la inmensa biblioteca de Luis XVI, la de los nobles y las de los conventos, y formó así la Biblioteca Nacional francesa con un fondo de 300.000 volúmenes.

Una de las primeras instituciones de enseñanza de la bibliotecología fue la Escuela de Biblioteconomía de Viena, que data de 1864. Melvil Dewey fundó en 1887 la más antigua escuela de bibliotecarios de Estados Unidos, y con ella la enseñanza profesional cobró prestigio y se extendió por varios países del mundo. El siglo XX propició el desarrollo de las grandes bibliotecas, como la Lenin de Moscú, y el auge de las bibliotecas especializadas. De las distintas corrientes que han determinado el pensamiento bibliotecario actual, la más influyente ha sido la concepción anglosajona, en la cual son fundamentales cuestiones como el libre acceso a la información y el deseo de lograr su máxima difusión, la extensión bibliotecaria y una activa cooperación interbibliotecaria.

Melvil Dewey, impulsor de la bibliotecología
moderna y creador de la Clasificación Decimal
de Dewey


(Este texto se publicó como apéndice en el Diccionario biográfico de bibliotecarios y bibliotecólogos, con el título «Reseña histórica de las bibliotecas y la bibliotecología».)

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