Pequeños soles rojos
El último día de la semana comenzaba. Desde su lugar, en un sector más elevado de la escuela, los niños de jardín de infantes podían ver a los chicos mayores que ellos: aunque ya debían prepararse para formar e izar la bandera, antes de ingresar a las aulas, algunos charlaban, otros jugaban, otros hacían bromas. También Andrés se había entretenido mirando hacia el patio grande cuando algo lo distrajo; un cuerpo voluminoso se había interpuesto en su visión. La madre de otro niño del jardín, un niño gordo y fortachón llamado Sebastián, le preguntaba a su hijo, nerviosamente y a gran voz: —¿Quién fue, quién fue? Sebastián señaló tímidamente a Andrés, y la mujer le dijo a éste desde donde estaba, como a cuatro metros, con expresión furiosa: —¡A vos te va a llevar el diablo! Pero Andrés no sintió miedo por aquellas palabras; tampoco respondió. Escuchó las amenazas como si fueran la última etapa de una experiencia desagradable. Durante todo el año, Andrés había soportado las b