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Mostrando las entradas de mayo, 2019

La última aventura

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El hombre yace enfermo en su cama. Trabajó incansablemente mientras pudo, pero hace algunos meses un ataque de hiperglucemia, producto de una diabetes mal tratada, lo ha obligado a guardar reposo. Una semana atrás ha tenido un segundo ataque. Perdió ya el oído izquierdo, casi no ve y hace pocos días, también, ha tenido una parálisis que le ha afectado el lado derecho del rostro. Sin embargo, el hombre de setenta y siete años está perfectamente consciente. Lo acompañan sus seres queridos; su esposa, que no se separa de su lado, su hermana menor y sus nietos, entre otros. Por momentos ve sus sombras, por momentos dormita, por momentos recuerda cosas. Se le vienen a la mente imágenes de la infancia. Vuelve a ver el Loira y los barcos que surcan el curso del río. Recuerda cuando, siendo niño, con la imaginación se subía a los obenques, trepaba a las cofas, se agarraba de los mástiles. Y en verano, cuando la familia se establecía en el campo y no había mástiles adonde treparse,

Noche de teatro

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El programa consistía en un concierto de Mozart y la Sinfonía Nº 3 de Beethoven, llamada "Heroica". Sí, aquella de la que se cuenta que el compositor dedicó a Napoleón; pero que después, al autoproclamarse éste emperador, decidió retirar la dedicatoria. Cuando llegamos, la fila para entrar al teatro era considerable, aunque avanzaba con rapidez. De todos modos, tal como lo había imaginado, los mejores lugares habían sido ya ocupados y tuvimos que subir hasta el cuarto piso, desde donde los músicos se veían muy pequeños. “La función comenzará en quince minutos”, dijo una voz por el altoparlante. Nos acomodamos lo mejor posible, pero en ese sector había muchos estudiantes, más jóvenes que nosotros, que se movían todo el tiempo y hacían crujir el piso de madera. Además, los que estaban inmediatamente delante de nosotros, un poco más abajo, se apoyaban en la baranda y obstruían parte de la visión. Y Doris estaba resfriada y, por lo tanto, un poco decaída. “La funció

La oficina

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Daniel Batista trabajaba en la oficina de un colegio. Era un hombre de algo más de cuarenta años y las canas habían comenzado a poblar su cabeza. Antes había sido un hombre alegre. A veces, al presentarse, solía decir de sí mismo, en tono de broma: «Daniel Batista, el tipo más sinvergüenza del colegio». En su reducida oficina trabajaba sin compañía. En el recinto, por lo demás, apenas había espacio para él. Cuando tenía algún tiempo libre, solía imaginar que se hallaba en la celda de una cárcel. En su mente hacía desaparecer el armario, la computadora, el teléfono, los papeles y las carpetas, y sólo quedaba un pequeño banco que pasaba a ser la cama de la celda. Y la ventana de la oficina, con sus barrotes negros, le recordaba sin mucho esfuerzo la ventana de una prisión. Batista tenía una mujer y tres hijos, dos varones adolescentes y una niña de ocho años. Había sido una linda familia, pero después de aquella recordada estafa en el colegio, de la que había sido partícipe con un co